No es ideología, es ignorancia (I)

Dibujo

Hay una corriente de opinión que sostiene que las discrepancias entre economistas solo son el resultado de su división en campos ideológicos distintos. Es especialmente notoria, por ejemplo, en el debate sobre las causas de la crisis y las políticas económicas necesarias para salir de ella, donde se ha instalado una “policía de las ideas” que se siente capaz de detectar la conexión entre explicaciones y propuestas, por un lado, y posiciones ideológicas, por otro. Hay incluso una facción totalitaria de esa policía que, siguiendo una rancia tradición de abolengo hispánico, también presente en muchos otros ámbitos, identifica a aquellos economistas que, según ellos, han puesto sus conocimientos técnicos al servicio de los poderosos y de la industria financiera. Los miembros de la policía de las ideas y sus adláteres, por el contrario, creen estar, ellos sí, solo al servicio de los ciudadanos, independientemente de que sus puntos de vista sean acertados o erróneos.

En realidad, en el transcurso de los debates económicos se escuchan opiniones que, más allá de convicciones ideológicas confesadas o inconfesables, son manifiestamente erróneas. Aquí me limitaré a poner algunos ejemplos referidos a dos temas populares, pensiones y reforma laboral, que han aparecido de forma recurrente en este blog. Pero hay muchos más ejemplos y, si los editores de NeG lo tienen a bien, esto podría ser el comienzo de una hermosa… serie.

  • Empezaré con un ejemplo fácil. Reiterar que el sistema público de pensiones no necesita reformas, argumentando que es posible hacer frente al gasto social derivado del envejecimiento de la población aprovechando que el crecimiento de la productividad permitirá redistribuir más renta hacia la población jubilada, basándose en cálculos erróneos en los que se confunde el crecimiento del PIB con el de la productividad y en los que no se tienen en cuenta ni las consecuencias del envejecimiento de la población ni las de las actuales reglas de cálculo y de financiación de las pensiones sobre el gasto social,… no es ideología, es ignorancia. Y en algunos casos, a juzgar por la persistencia, también es incapacidad absoluta de aprendizaje.
  • Afirmar que la última reforma laboral solo ha servido para destruir empleo, comparando datos agregados de distintos años, sin tener en cuenta otros factores que influyen sobre la evolución y la composición del empleo,… no es ideología, es ignorancia. Hay muchas razones para creer que esa reforma laboral no será la última, entre otras, porque el  Gobierno, también en lo que respecta a las políticas de empleo, sigue empeñado en una estrategia equivocada concentrada en la ampliación de la ya enorme variedad de contratos de trabajo y en el esparcimiento caótico de subvenciones a la contratación que no serán eficaces como no lo fueron en el pasado. En mi opinión, la reforma laboral de 2012 fue una reforma valiente, pero poco inteligente, que no atacó suficientemente ni la dualidad contractual ni las razones fundamentales por las que la negociación colectiva es disfuncional. Pero mis opiniones sobre esta reforma y sobre la estrategia de empleo del Gobierno solo podrán ser probadas cuando tengamos datos relevantes sobre el comportamiento reciente de varios aspectos del mercado de trabajo español que ahora, todavía, no están disponibles. Como ya ha mostrado Samuel Bentolila, mucho mejor de lo yo podría hacerlo, todavía resulta muy apresurado y complicado evaluar dicha reforma. Y, en cualquier caso, no es de recibo avanzar valoraciones utilizando los escasos datos disponibles como los borrachos utilizan las farolas (para agarrarse en lugar de para iluminarse).
  • Decir que ninguna reforma laboral puede crear empleo y, al mismo tiempo,  afirmar que el principal problema de la economía española es la restricción de crédito y la falta de demanda,… no es ideología, es ignorancia. Demanda, producción y empleo se determinan conjuntamente. Y tanto la oferta de crédito disponible como la legislación laboral influyen en las de decisiones de las empresas sobre qué, cuánto y cómo producir bienes y servicios. Ciertamente las empresas contratarían más trabajadores si hubiera más demanda, pero también la demanda sería mayor si las empresas contrataran más trabajadores y aumentara la renta disponible de las familias. Y si la principal razón por la que las empresas no crean empleo es que estamos sufriendo una maldición divina que impide que la demanda aumente, tan irrelevante sería la restricción de crédito como se pretende que es la legislación laboral, porque ¿para qué iban a necesitar crédito las empresas si luego no tienen a quién vender lo que producen? Así que lo que valdría para decir que, en las circunstancias actuales,  ninguna reforma laboral crearía empleo, también debería valer para decir que la restricción de crédito es irrelevante. Y ambas afirmaciones serían erróneas. En realidad, es cierto que la debilidad de la demanda y de oferta de crédito constituyen una dificultad muy grave para la reactivación de la economía. Pero no nos engañemos. La solución del problema de deficiencia de demanda tiene que iniciarse en el sector exterior, con aumentos de las exportaciones y de la inversión extranjera directa. Y para la solución de la escasez de crédito también dependemos de la financiación exterior. Aún terminando de una vez con el saneamiento del sector bancario (ahora encarrilado por, adivinen quién, la presión  exterior), ni las exportaciones, ni la inversión extranjera directa, ni la financiación exterior mejorarán permanentemente si antes no se resuelven otros problemas estructurales, como, por ejemplo, los derivados de una regulación de los mercados de trabajo y de productos que sigue sin progresar adecuadamente.
  • Y para terminar (¿por hoy?) una propina para probar que la ignorancia no es exclusiva de ciertos rangos del espectro ideológico. No tiene nada que ver con pensiones ni con el mercado de trabajo, pero no me puedo resistir. Decir que la manera de recuperar la estabilidad macroeconómica es reinstaurar el patrón oro,… no es ideología, es ignorancia supina. Aunque los argumentos de autoridad, como las descalificaciones ideológicas, no deberían tener ningún peso en debates sobre cuestiones económicas, en esta ocasión haré una excepción. The University of Chicago Booth School of Business, a través de su programa The Initiative on Global Markets, recoge las opiniones de economistas expertos mundialmente reconocidos, de campos variados, sobre diversos aspectos de las políticas públicas. De todas las cuestiones planteadas hasta ahora, solo las respuestas a una de ellas han sido totalmente coincidentes. La proposición, en concreto, es: “Si un régimen discrecional de política monetaria fuera sustituido por un patrón oro, que definiera el valor del dólar como el equivalente al de un número específico de onzas de oro, los resultados en términos de estabilidad de precios y de empleo serían mejores”. El 100% de los panelistas expresaron, en mayor o menor grado, su desacuerdo. Uno de ellos apostilló: “A gold standard regime would be a disaster for any large advanced economy. Love of the gold standard implies macroeconomic illiteracy”.

Asumo, con resignación, que no me libraré de que la policía de las ideas me catalogue como “neoliberal peligroso”. (Mi percepción es que todos los que no creáis que la lucha de clases y la conspiración del capital explican todo lo que pasa en este mundo y más allá, corréis el mismo riesgo). Para ponerlo fácil, confesaré que mis creencias ideológicas sobre Economía se reducen a pensar que i) el capitalismo y la economía de mercado componen un sistema económico que produce desigualdad social en exceso, pero que, por ahora, no se ha inventado ningún sistema alternativo mejor que proporcione aumentos del bienestar social mayores y mejor distribuidos, y que ii) el Estado puede y debe intervenir para mejorar los resultados económicos, pero que dicha intervención tiene que ser corregida y perfeccionada cuando su resultado no es ni un aumento de la eficiencia económica ni una mejora de la equidad social. Y aunque tengo otras creencias, a efectos de discutir cuestiones económicas, son tan irrelevantes como mis preferencias futbolísticas (que, por si a alguien les interesa, y a pesar de que nunca terceras temporadas fueron buenas, también las confesaré: madridista-facción mourinhista).

Por lo demás, me declaro totalmente dispuesto a ser convencido sobre cualquier cuestión económica, pero solo por argumentos lógicamente coherentes y evidencia empírica sólida, no por calificaciones o descalificaciones ideológicas. A W. Edward Deming se le atribuye la frase: “In God we trust, all others must bring data”. Yo, agnóstico insumiso (y esta es mi última confesión ideológica de hoy), creo que ni siquiera Dios está exento de mostrar datos, y que, además, no basta con mostrarlos, también hay que saber interpretarlos. Mi percepción es que, además, esta disposición es compartida con la inmensa mayoría de los colegas que frecuentan los círculos en los que la discusión sobre cuestiones económicas se realiza sobre bases estrictamente profesionales.

Es desafortunado que en lo relativo a cuestiones económicas, como a muchas otras, no siempre podamos encontrar respuestas incontrovertibles. “Todos somos ignorantes, lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas”, dicen que dijo Albert Einstein. Aquí, unos tratan de superar su ignorancia buscando preguntas interesantes y respondiéndolas con argumentos lógicamente coherentes y con evidencia empírica rigurosamente analizada; otros no son conscientes de su propia ignorancia y solo recurren al victimismo y al totalitarismo ideológicos. A estos últimos habría que recordarles continuamente que lo suyo… no es ideología, es ignorancia.

 

Nada es Gratis