El fin del mundo maya

Con lo del fin del mundo del pasado día 21, pensé que ya no tenía que preocuparme de mis siguientes posts para NeG (ni de los recortes a la ciencia, ni de nada, en realidad), pero para mi desilusión y desmayo pasó el día 21… Y el 22, y el 23… Y aquí estamos y yo sin escribir mi post. Hasta que caí en la cuenta, leyendo un trabajo reciente de Science, de que el fin del mundo maya es un hecho, pero ¡porque ya ha ocurrido!

Recapitulemos: Los mayas eran una cultura bastante avanzada, que ocupó amplios espacios de Mesoamérica en el primer milenio de la era cristiana. Uno de sus principales intereses científicos era la astronomía, lo que entre otras cosas les llevó a desarrollar un complejo sistema calendárico llamado cuenta larga. Este calendario, en concreto su decimotercer y último baktún (período de 144 000 días), termina el 21 de diciembre de 2012. Ello llevó a muchos visionarios y profetas a predecir el fin del mundo para ese día, con el mismo rigor científico de los milenaristas que lo esperaban para el año 1000 o 2000 de nuestra era. Y con el mismo éxito, claro. Como otros muchos apocalípticos, que resume este estupendo gráfico de The Economist.

Pero si de “fines del mundo” hablamos, es interesante notar que uno de los enigmas que más interés ha suscitado en torno a la civilización maya es precisamente el de su desaparición. Unos 600 años antes de la llegada de Cortés a América, las diversas ciudades mayas que habían florecido durante el llamado Período Clásico (como Tikal, Naranjo o Palenque) sufrieron una rápida decadencia y prácticamente cayeron en el olvido. Tras un período turbulento, en el Período Posclásico otras ciudades como Chichén Itzá experimentaron un breve auge, para a su vez desaparecer hacia fines del siglo XIII.

Figura 1. El autor de estas líneas, en Palenque (arriba) y en Chichén Itzá (centro), en 1999, y en Tulum (abajo), en 2012.

Se han avanzado muchas hipótesis para explicar el fin del mundo maya: según la Wikipedia, hasta 88 teorías diferentes se han propuesto para entender, sobre todo, el final del Período Clásico. Citando a Michael D. Coe, uno de los investigadores más influyentes sobre los mayas, “generaciones de académicos han tratado de explicar el Gran Colapso, y sus explicaciones han incluido prácticamente todo, desde epidemias, invasiones extranjeras desde México, revolución social (…), decrecimiento de la lámina de agua, e incluso huracanes y terremotos. (…) (E)s infructuoso buscar causas individuales. Pero la mayoría de arqueólogos mayas están de acuerdo en en que hubo tres factores fundamentales en la caída: 1) guerras intestinas endémicas, 2) sobrepoblación y colapso ambiental, y 3) sequía. (The Maya, 6ª edición, la más reciente que yo tengo, aunque ya hay séptima).”

Sin negar la relevancia de los anteriores factores, la sequía parece confirmarse como el principal en el proceso del fin del mundo maya. Ésta es de hecho la conclusión del trabajo que mencionaba al principio: “Development and Disintegration of Maya Political Systems in Response to Climate Change”, de Kennett y colaboradores. El artículo se basa en los datos obtenidos de una estalagmita obtenida en la cueva de Yok Balum, situada cerca de centros importantes mayas (véase figura 2), que ha podido ser excepcionalmente bien datada con medidas de contenido en isótopos de uranio y torio. Así, se sabe que la estalagmita creció continuamente entre los años 40 antes de la Era Cristiana y 2006, momento en el que se extrajo de la cueva.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 2. Localización de la cueva de Yok Balum (dcha.), de dónde fue extraída la estalagmita en la que se basa el trabajo aquí discutido. La estalagmita, con marcas en los lugares donde se han estudiado los distintos isótopos considerados, se puede ver a la izquierda.

Una vez datada la estalagmita, los investigadores analizaron la relación entre el contenido de oxígeno-18 y el de oxígeno-16 (el normal) y, mediante tests estadísticos y medidas de goteo en la cueva, lo conectan con la precipitación recogida sobre el techo de la cueva. De esta manera, tienen una serie de más de 4000 valores de la precipitación en algo más de 2000 años, es decir, una precisión de entorno al medio año. La serie obtenida se contrasta además con las (menos detalladas) tomadas de otros lugares de la región, e incluso con el mecanismo dominante de las oscilaciones climáticas en Mesoamérica, que es el fenómeno de El Niño y su oscilación sur: un análisis de Fourier de la señal muestra frecuencias estadísticamente significativas de 3 y 8 años, consistentes con El Niño. De esta manera, los autores identifican sequías prolongadas en ~200 a 300, 820 a 870, 1020 a 1100, y 1530 to 1580.

Tras identificar las sequías, los autores plantean su hipótesis de trabajo: los cambios en la productividad agrícola inducidos por la falta de lluvias mediaron las tendencias hacia la integración o desintegración política en la zona de las ciudades mayas. Para ello se apoyan en la evidencia histórica. En primer lugar, la sequía del siglo XVI se conoce por testigos directos, que hablan de esa reducción en la productividad agrícola, hambre, enfermedad, muerte y desplazamientos masivos de población. Se estima en un millón el número de muertos achacables a la sequía en ese período. En el registro de nuestra estalagmita, observamos sequías análogas al final del período pre-clásico (véase figura 3) y al final del período clásico. Entre ambas, en una época de varios siglos de precipitaciones anómalamente grandes, se produjo el florecimiento de ciudades como Tikal, Calakmul, Caracol y Naranjo. Las guerras, que conocemos a través de las inscripciones en piedra de los monumentos, a mayor o manor escala, también correlacionan bien con el registro de las precipitaciones (los investigadores hacen un estudio muy detallado de la aparición de símbolos y palabras vinculados a los conflictos en los monumentos de la región), así como con la propia erección y dedicación de monumentos.

Figura 3. Abajo: Registro climático en años de la era cristian junto con la cronología maya y los eventos históricos más importantes.  Las barras azules muestran los pequeños errores de las dataciones con uranio-torio. Las épocas más secas que el promedio están marcadas en naranja. Hay dos sequías registradas históricamente en los siglos XVI y XVIII que están en buen acuerdo con el registro. La sequía prolongada más temprana (años 200-300) se corresponde con el declive del gran centro de El Mirador. Arriba: el registro entre 300 y 1140, ampliado. La curva A recoge la fracción de guerras entre ciudades, elaborado a partir del número total de eventos bélicos, representado en B. La curva C es la distribución de monumentos datados en la cuenta larga, y la D es el número de centros urbanos con monumentos datados, que se relacionan con el desarrollo y desintegración de las ciudades.

Como ejemplo, consideremos la fragmentación política ocurrida en la región de Petexbatún entre 760 y 800, que corresponde con un período seco del registro. Entre 750 y 775 se dedicaron monumentos con textos históricos en 39 centros, construcciones ordenadas por los gobernantes en varios centros a ritmos sin precedentes. Los textos apuntan a una escena geopolítica inestable y dinámica, centrada en rivalidades por el status, guerras, y alianzas estratégicas. El número de textos en centros clave como Tikal decae bruscamente entre 775 y 800, fenómeno precursor de una caída del 50% en el número de centros con monumentos datados con textos en el siguiente cuarto de siglo, evidencia de la descomposición generalizada de los sistemas políticos. Entre 780 y 800 aumentan también las guerras en el registro histórico, el poder político se descentraliza, y la institución real de origen divino colapsa en el siglo IX. De las migraciones subsiguientes vino el auge de centros más al norte, como Chichén Itzá, sólo para desintegrarse a su vez como ya dije más arriba.

Así pues, Kennett y colaboradores concluyen que, de los tres factores mencionados, sequías, guerras  y colapso ambiental, es la sequía la que parece controlar los otros dos, a través de los problemas generados por la falta de producción agrícola suficiente para mantener a la población, que crece enormemente en los períodos más húmedos. Los autores constatan que hubo sequía en los momentos adecuados, y que dio lugar a conflictos que también se constatan en la evidencia. Es interesante observar que la conexión entre sequía y conflictos también ha sido puesta de manifiesto, por ejemplo, por Antonio Ciccone aquí. Finalmente, la abundancia de datos que da el artículo (es de esos trabajos en los que los autores aportan un extensísimo y relevante material suplementario) apoya con fuerza esta hipótesis.

Parece, pues, sensato aceptar que en  el verdadero fin del mundo maya los actores principales no fueron los volcanes, ni meteoritos, ni invasiones extraterrestres, sino que fundamentalmente fue causado por algo tan ordinario como las sequías prolongadas. Claro, esto no da mucho como tema de película, quedaría un poco aburrido ver a una gente cuyas cosechas se van quedando en nada y cuyas tierras van dejando de producir, aunque si se lían a mamporros la cosa se animaría; pero es mucho más excitante la sucesión de despropósitos de 2012, dónde va a parar. Bromas aparte, este estudio es un buen ejemplo de que las sociedades, que en un momento dado dan la impresión de ser para siempre, pueden dejar de serlo por causas que ingenuamente podríamos considerar inofensivas. Esperemos que el cambio climático que estamos experimentando, y ante el que parecemos reaccionar igual que los pobres mayas, no nos dé ocasión de comprobarlo en carne propia.

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