El Estado de (la competencia en) la Nación

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Entre la larga lista de reformas que el gobierno español necesita llevar a cabo, las reformas en los mercados de productos y servicios tienen un lugar destacado. Es por tanto sorprendente la poca relevancia que se les dio en el discurso del Presidente sobre el Estado de la Nación del pasado febrero. Cuando se hizo quedó patente que no tienen un papel prioritario. No es por tanto sorprendente que en la “regañina” de la Comisión Europea a España de la semana pasada éste sea uno de los aspectos que se menciona. No le falta razón, dado que como discuto en esta entrada, el balance del primer año se puede hacer en términos de la película de Sergio Leone (que ya se ha utilizado en entradas anteriores, aquí y aquí): El Bueno (reformas que van o irán en la buena dirección), el Feo (aspectos en los que aún no se ha profundizado demasiado) y el Malo (reformas que han ido en la dirección equivocada).

 La Comisión Europea engloba las reformas de mercados de producto en las reformas micro-económicas conjuntamente, por ejemplo, con las reformas en los mercados de trabajo.

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Fuente: “How product market reforms lubricate shock adjustment in the Euro area,” Comisión Europea, 2008. Los puntos subrayados en azul corresponde a aquellos aspectos que dependen directamente de la regulación de mercado.

 Tal y como hemos comentado en entradas anteriores, el trabajo de reforma de los mercados de producto y servicios es ingente, teniendo en cuenta que la lista de aspectos que constituyen estas reformas en la figura anterior es también la lista de las cosas que España necesita reformar. La siguiente tabla muestra, para algunos de estos aspectos, el índice creado por la OECD para 2008 y donde, especialmente los servicios profesionales y el comercio minorista España sale muy mal parada.

tablaPMR

Fuente: “Indicators of Product Market Regulation“, OECD (2008).

Sin embargo, en el discurso sobre el Estado de la Nación solo se habló una vez directamente de estas reformas, y en referencia a la mal llamada “reforma energética”, donde se enfatizó como logro el patchwork de impuestos y reducción de primas que ha aprobado el gobierno. Como discutimos aquí, estas no-reformas no están solucionando el problema, sino que más bien están reduciendo el déficit de tarifa haciendo asumir al consumidor, en muchos casos, el coste del mismo vía incrementos en el precio.

Hay varios motivos por los que es importante profundizar en las reformas de estos mercados. Por un lado sabemos que en mercados más competitivos acostumbra a darse más innovación. Además, esta mayor competencia termina beneficiando a los clientes a través de menores precios. Y con eso no me refiere únicamente al consumidor final que, por supuesto, sale ganando. También hablo de las empresas. El caso de la energía es especialmente significativo dado que en la mayor parte de las industrias es el segundo mayor coste de la empresas (después de la mano de obra). Según algunos indicadores España es después de dos islas, Chipre y Malta, el país de la Unión Europea con mayor precio de la electricidad.

Galasso (2012) [1] hace un repaso de los incentivos (o la falta de los mismos) que tienen los países en llevar a cabo reformas en el mercado laboral, de pensiones, educativas y de producto. En el caso de los mercados de producto, el gran problema es que aunque las reformas  benefician a la gran mayoría de la población el efecto en cada uno de los consumidores es pequeño, por lo que no existe una gran demanda individual para que se lleven a cabo. Sin embargo, existen unos pocos perdedores que además pierden mucho y que tienen incentivos para presionar a los gobiernos con el objetivo de que paralice estas reformas. Ésta puede ser una de las explicaciones de lo poco que ha actuado el gobierno en algunos mercados y que cuando lo haya hecho (por ejemplo, en el caso del automóvil con el plan PIVE o la distribución alimentaria) haya sido a menudo en la dirección contraria. En un artículo de opinión en el Financial Times hace un par de meses se hablaba de las empresas que se beneficiaban de la falta de competencia en los mercados, con el beneplácito de los sucesivos gobiernos, como nuestra oligarquía y se relacionaba con parte de la corrupción que hoy nos preocupa. De manera muy acertada Joan Santaló llamaba a estas empresas el Capitalismo Castizo.

Para evitar el atrincheramiento de las empresas que dominan esos mercados y permitir una mayor competencia es esencial que las reformas de los mercados de producto hagan difícil tanto desde el punto de vista práctico como de imagen pública que las empresas tengan acceso directo al gobierno. Por lo contrario, si vemos, en un caso totalmente hipotético, que un ministro propone como solución a los altos márgenes en un determinado sector reunirse con las empresas para que los disminuyan, no solo podemos anticipar que la medida carecerá de toda efectividad sino que se constatará la falta de independencia entre la oligarquía y los poder públicos. Es en este contexto que medidas como la Comisión Nacional de Mercados y Competencia (CNMC), diseñadas para dar control directo a los ministerios sobre los mercados de producto es evidencia del poco compromiso de reformas en este sentido y del interés en preservar la situación actual. Es además irónico el papel que ha debido tomar la Comisión Europea en este asunto. Tal y como Galasso (2012) discute, la pertenencia a la Unión Europea típicamente facilita la realización de reformas porque proporciona un chivo expiatorio para los gobiernos, que pueden culpar a otros de los aspectos impopulares de las mismas. Aquí, sin embargo, nos encontramos con que tenemos que dar gracias a Europa por haber limitado el alcance negativo de una reforma del gobierno.

 En la liberalización de algunos mercados las cosas no tienen mejor pinta. El ejemplo más claro es la reforma de la gestión de los aeropuertos. En lugar de introducir competencia se aumentan las tasas aeroportuarias además de, según parece, mantener AENA como monopolio con el objetivo de conseguir un mayor precio en su futura privatización parcial. Como en el caso del mercado eléctrico, las necesidades presupuestarias no pueden justificar un despropósito de este estilo, que tendrá efectos muy negativos sobre la eficiencia del sector y de nuevo sobre los costes de las empresas y los precios que pagarán los consumidores finales. De hecho, es en las industrias de red donde la Comisión Europea incidía especialmente en su informe.

 ¿Cuál es por tanto el balance de este primer año? El Bueno corresponde reformas como la liberalización de los horarios comerciales que va claramente en la dirección correcta, y la reforma del mercado de los carburantes (que se aprobó después de constatar la futilidad de las reuniones con las petroleras), que contribuirán a aumentar la competencia en esos mercados. La liberalización de los servicios profesionales que está bajo estudio, aunque insuficiente, también ayudará. El Feo corresponde a la falta de un plan para reformar las industrias de red a pesar de los anuncios que hemos observado, por ejemplo, en el caso del ferrocarril. Hay sin embargo, indicios de una reciente ambición por reformar el mercado eléctrico de una vez por todas. El Malo, especialmente preocupante, se concentra en la previsible falta de independencia de la CNMC, reformas equivocadas como la de la Ley de la Cadena Alimentaria o las malas ideas para la gestión de los aeropuertos o el ferrocarril. Veremos si el balance de 2013 es algo mejor.

 

[1] Vincenzo Galasso (2012) “The Political Economy of Structural Reforms.”

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