De la evolución de nuestra clase extractiva, de unas hormigas de Sierra Nevada, y de por qué paso el sábado escribiendo esto

Foto de April Nobile, de www.antweb.org

Foto de April Nobile, de antweb.org

Yo crecí con una televisión que tenía únicamente dos canales. Y como el fútbol no me gusta, pues a menudo tenía que ver el segundo, lo que ahora llaman “la 2”. Mi afición infantil a los documentales me ha llevado a escribir algunas cosas francamente raras ( aquí y aquí) y a verlos todavía mientras hago ejercicio (es muy difícil leer en mi elíptica). Y gracias a eso he descubierto que Luis en su reciente (y fascinante) entrada sobre el origen de nuestros problemas institucionales no ha ido suficientemente atrás en el tiempo. Las hormigas de Sierra Nevada también tienen su propia clase extractiva desde hace muchos milenios, y han co-evolucionado hacia un equilibrio muy nuestro.

Muchas especies de hormiga, como las Acromyrmex versicolor del desierto de Arizona que estudio aquí son “esclavistas” y la especie de la que hablaré hoy, la Rossomyrmex minuchae, de las montañas de Sierra Nevada en el sureste español, no es una excepción. El proceso se describe en mucho detalle aquí pero esencialmente lo que pasa es que sus trabajadoras cuando están fuera del nido se dedican exclusivamente a localizar nidos de otras especies más débiles, típicamente Proformica longiseta, y organizar asaltos a los nidos para robar sus huevos. Las exploradoras, una vez encontrado el nido que será víctima del ataque vuelven al propio para reclutar otra trabajadora para el ataque, a la que enseñan el camino hacia el objetivo. Luego las dos vuelven a su nido original y repiten la operación. En pocas iteraciones ya han encontrado suficientes colaboradoras para el ataque (entre 60 y 90).

Cuando llega el número suficiente de atacantes se lanza el ataque. Algunas invasoras hacen túneles para llegar a las cámaras más superficiales, pero la mayoría entran por la puerta principal. En el exterior hay poca evidencia de lucha, pero la resistencia debe ser mayor en el interior. En los ataques con éxito (un 70% en las observaciones del artículo) la mayoría de las víctimas que no pueden huir son llevadas desmembradas al nido de las atacantes, las cuales no parecen sufrir pérdidas. Al día siguiente las trabajadoras roban los huevos de la colonia atacada (aunque en algún caso, las atacantes se mudan al nido parasitado).

Cuando los huevos eclosionan, como están programadas para trabajar en el sitio que nacen se convierten en trabajadoras, y son bien obedientes y productivas. Esto sucede a pesar de que, en contraste con su nido original, no son hermanas del resto, una relación genética próxima que explicaría fácilmente su colaboración voluntaria en circunstancias normales.

Lo que es más curioso de esta especie esclavista, y la razón por la que las traigo a este blog es que han evolucionado de una manera peculiar. Zamora Muñoz y coautores descubrieron evidencia de que Proformica es más agresiva hacia los esclavistas en áreas donde Rossomyrmex no existe. La conclusión de los autores, que pondré en sus palabras (traducidas) es que: “por primera vez en hormigas esclavistas mostramos que la disminución de un rasgo (agresividad) podría ser considerado una consecuencia defensiva en una carrera de armamento, un proceso co-evolutivo en progreso que es asimilable a un sistema mafioso”. Vamos, que los nidos que no se resisten son recompensados dejando a suficientes miembros vivos como para que se reproduzcan y lleguen a la siguiente generación, lo que permite también a los esclavistas tener presas para hacer de esclavas en el futuro.

¿Y qué lecciones de política podemos obtener, si las cosas se torcieron mucho antes de que fuéramos primates? Quizá ya no bastaría ni la reforma constitucional de Luis, ni la guillotina que a menudo propone el amigo Anxo. Alguna moderna terapia génica, o una buena terapia de aversión (como en La Naranja Mecánica, novela imprescindible cuyo cincuentenario fue el año pasado) serían opciones más válidas. Otra forma de decir lo mismo es que hay motivos para ser pesimista. Pero también sabemos que hay alguna razón para el optimismo. Acemoglu y Robinson en el libro que ha iniciado la discusión sobre “clases extractivas” (y que hemos comentado repetidamente aquí, aquí y aquí) insisten en la importancia de las instituciones. Pero éstas son obra de los humanos, y por tanto endógenas, así que es natural preguntar de dónde salen. Y su respuesta, si lo entiendo bien, es que hay accidentes históricos que llevan a países que son muy parecidos en sus condiciones iniciales por caminos bien diferentes.

En otras palabras puede ser que estemos en un equilibrio “malo”, pero esto no nos condena necesariamente a una situación desastrosa para siempre, porque puede haber un equilibrio “bueno” esperando a que cambiemos las cosas. Pero esto quiere decir que ninguna reforma de verdad será fácil. Un equilibrio lo es porque se sostiene a sí mismo. Todos los agentes participantes en el sistema responden de manera óptima a los incentivos que la situación genera. Y si la situación tiene varios equilibrios, no tenemos una evidencia definitiva que nos ayude a saber cómo se puede conseguir una transición entre ellos, de manera que me cuesta decir algo sistemático sobre la reforma. Pero sí tenemos algunas pistas. Existe evidencia experimental de que la comunicación favorece la coordinación en los equilibrios “buenos”. También tenemos evidencia experimental de que la comprensión del entorno de los votantes hace más fácil que voten a favor de instituciones eficientes. Esto quizá explique por qué me paso el sábado escribiendo esto para así poder darles la tabarra en lunes alternos.

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